Estudian el impacto de la contaminación química en hortalizas cultivadas en el área metropolitana de Barcelona

Un equipo de investigadores de la Escuela Superior de Agricultura de Barcelona (ESAB), de la UPC y del CSIC demuestra, en un estudio comparativo sobre el impacto de la contaminación química en hortalizas cultivadas cerca de la ciudad y las cultivadas en zonas rurales, que no existen diferencias significativas. En cambio, sí las hay en función del tipo de hortaliza, siendo los tomates los que tienen unas concentraciones más elevadas de metales pesados y de contaminantes orgánicos, aunque en concentraciones bajas que no suponen un riesgo para la salud humana.

20/02/2019

Las hortalizas cultivadas cerca de la ciudad están más expuestas a la contaminación química que las cultivadas en zonas rurales, según sugieren algunos estudios. Pero se desconoce si esto conlleva una mayor acumulación de contaminantes o si unas hortalizas acumulan más contaminantes que otras. Por otro lado, no es fácil establecer la via de entrada de los contaminantes.

Un equipo del Departamento de Ingeniería Agroalimentaria y Biotecnología de la Universitat Politècnica de Catalunya · BarcelonaTech (UPC), vinculado a la Escuela Superior de Agricultura de Barcelona (ESAB), y del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del agua (IDAEA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha analizado y comparado los niveles de contaminantes en hortalizas de dos parcelas periurbanas, regadas con agua del río Llobregat, y de una tercera situada en el Parc Natural del Garraf, regada con agua de pozo. El agua del río Llobregat  transporta agua regenerada procedente de Estación Depuradora de Agua Residual (EDAR). Los investigadores han analizado la presencia de contaminantes en las partes comestibles de lechugas, tomates, coliflores y habas de las tres parcelas seleccionadas.

Una de las conclusiones del trabajo, que se ha publicado en la revista Environment International, es que no hay diferencias significativas entre las hortalizas regadas con agua del río Llobregat y las regadas con agua de pozo del Garraf. En cambio, sí las hay en función del tipo de hortaliza, siendo los tomates los que tienen unas concentraciones más elevadas tanto de metales pesados como de contaminantes orgánicos. 

Se han detectado concentraciones que van desde niveles no detectables hasta los 17 miligramos por kilo de peso fresco en el caso de los metales pesados, y hasta los 256 microgramos por kilo en el caso de los contaminantes orgánicos. No obstante, los niveles medios de contaminantes son bajos y no suponen un riesgo para la salud, explica Josep Maria Bayona, profesor de investigación del CSIC en el IDAEA–CSIC, quien  ha dirigido este trabajo.

Aun así, los científicos recomiendan que se hagan más investigaciones para identificar la acumulación de productos potencialmente peligrosos e incluirlos en el control de calidad de los alimentos, como ya se hace con los agentes fitosanitarios. Igualmente, se requieren también más estudios para evaluar el riesgo sanitario por presencia de microorganismos (virus y bacterias resistentes a antibióticos).

La dificultad de determinar el origen
Los científicos han analizado hasta 33 contaminantes orgánicos y 16 metales pesados. Los primeros son una diversidad de compuestos (plaguicidas, tensioactivos, fármacos, retardantes de llama y otros productos de origen industrial que acaban en las aguas residuales) que están a concentraciones muy bajas (partes por billón o por trillón). Los segundos se hallan de forma natural en el suelo a niveles muy bajos, como el cadmio o el arsénico, pero la contaminación industrial los ha aumentado a niveles mayores que en algunos casos podrían suponer un riesgo.

Entre los compuestos detectados en los vegetales, están la carbamezapina (fármaco anticonvulsivo para tratar la epilepsia), el bisfenol A (un plastificante); el plomo o fungicidas de uso agrícola como el dimetomorf.

Víctor Matamoros, co-director del estudio e investigador del IDAEA-CSIC, explica que “aunque en estudios anteriores hemos visto que el agua de riego puede contener una gran diversidad de contaminantes orgánicos, no todos son captados por la planta, ya que hay numerosas barreras que deben atravesar antes de llegar a ella: el suelo, las raíces, el metabolismo de la planta. En este sentido, el suelo y el microbioma asociado a las raíces, o rizosfera, juegan un papel muy importante como barrera, degradando e inmovilizando los contaminantes”.

Por otro lado, el estudio ha puesto de manifiesto que las prácticas agronómicas también influyen en la presencia de contaminantes, como los fungicidas que se aplican a las plantas o los plastificantes como el bisfenol A, presentes en los tubos de riego.  Otra posible fuente es la contaminación acumulada de años pasados: la presencia de plomo, por ejemplo, tiene relación con el amplio uso de este metal en el pasado y su dispersión al medio ambiente. 

El riesgo asociado al consumo de hortalizas, según los criterios aceptados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés), es bajo, dicen los científicos. Pero habría que tener en cuenta, además de estos contaminantes,  la presencia de productos de transformación o del metabolismo de la planta que pueden aportar un riesgo adicional, y que no se han considerado en este estudio.

Esta investigación forma parte del proyecto Nacional RACE (AGL2014-59353-R) y de una Acción COST COST ES1403 europea. Estos proyectos tienen como objetivo establecer los criterios de calidad del agua de riego y de recarga de acuíferos. El agua residual regenerada constituye una fuente cada vez más frecuentemente utilizada para el riego agrícola, pero la eventual presencia de residuos de fármacos y productos de cuidado personal  pueden afectar tanto a los cultivos como a la salud humana.